Ahora es otra.
Cuando la recibieron en el Centro de Cuidados de San José, no juzgaron por su rostro que tendría un problema de actitud o un resentimiento justo por la dura vida que le había tocado en sus cortos (dos) meses. No, al verla, la veterinaria Sharon Ostermann inmediatamente supo que la pobre estaba sufriendo muchísimo.
“No se movía. Sólo estaba quieta, con los ojos arrugados, visiblemente miserable”.
-Ostermann a Love Meow–
Su piel dura y llena de costras era una clara señal de la batalla que estaba dando y quién era su enemigo: El sarna felino.
La veterinaria agregó:
“No hay forma de apreciar mejor lo miserable que el sarna puede hacer a un animal que observando la transformación de esta pequeña gata”.