“Pasaron doce años desde esa noche y de mi amigo no supe más hasta el día de hoy…”.
Los caminos de la vida pueden ser muy sorpresivos. Una pequeña decisión puede cambiar todo nuestro rumbo y desencadenar nuevas situaciones. Obviamente nadie puede presagiar el futuro pero a medida que vamos avanzando se puede mirar hacia atrás y examinar si lo que hemos escogido ha sido lo correcto o no. Siempre existirán los arrepentidos, los agradecidos, quienes aprendieron de los errores y quienes no se pudieron levantar.
El protagonista de esta historia estaba en un punto muy importante de su vida pero un mensaje de texto en su celular le hizo cambiar completamente de rumbo:
“Era el más exitoso de todos mis amigos. Había sido un gran estudiante en la escuela y casi siempre obtenía las mejores calificaciones. Los profesores y los padres de todos nuestros amigos lo amaban y claro, sus amigos también lo queríamos mucho. Era un tipo que irradiaba una gran sonrisa. Con las chicas siempre le fue bastante bien. Digamos que no era el Brad Pitt de su generación, pero tuvo un par de novias en la secundaria. Al final del último curso conoció a Sara y se enamoró perdidamente.
Su pasión por la discusión, la historia y los negocios le llevó a estudiar Derecho en una de las grandes universidades de mi país. Seguía el mismo camino que su papá, iba a ser un abogado exitoso. No tardó mucho tiempo en situarse entre los mejores alumnos de la Facultad. Se la pasaba estudiando aunque de vez en cuando iba a las juntas, fiestas y cumpleaños. Siempre muy arreglado y de la mano de su novia, aunque su sonrisa ya no era la misma. Con el tiempo dejó de ir al bar que frecuentábamos como grupo de amigos desde que cumplimos 18. Dejó de contestar el celular. Se perdió. El Flaco comentó que una vez lo vio en el supermercado y éste con suerte levantó sus cejas para saludarlo.
Su vida estaba bastante predicha. Seguiría el mismo camino que su padre: se casaría con su novia de la escuela, tendría dos o tres hijos, viviría en un buen barrio de la ciudad y trabajaría 9, 10 hasta 11 horas en uno de los buenos bufetes de abogados. Eso nunca estuvo entredicho. Sabíamos como era nuestro amigo, conocíamos su historia familiar pero nunca pensamos que nos dejaría de hablar y casi quitarnos el saludo.
Después de casi cuatro años me enteré por ahí que mi amigo se casaba con Sara. Se cumplía todo lo que habíamos conversado alguna vez con los chicos. Todo lo que describí anteriormente. Curiosamente, aunque no lo veíamos hace años, algunos recibimos invitación a la boda. Todo muy elegante en un centro de eventos gigantesco. La ceremonia religiosa era en una iglesia cercana a este lugar.
Cuando el gran día llegó ahí estábamos sentados en los banquillos de madera. Veíamos como la gente se agolpaba esperando que lleguen los novios. Todo brillaba: la alfombra del largo pasillo, las flores, los vestidos. El matrimonio fue un éxito. La comida un banquete y la fiesta un verdadero carnaval. Pero, a pesar de todo, nunca le vi sonreír de verdad. Como cuando jugábamos fútbol en el patio de recreo de chicos o cuando conversábamos de cualquier tema más grandes. Se veía forzado, como un animal de circo que sigue un show.
Pasaron doce años desde esa noche y de mi amigo no supe más hasta el día de hoy, en que me siento a escribir esta historia. Vine de vacaciones con mi esposa por nuestro tercer aniversario a una playa hermosa a la que siempre quise ir. Con los precios de las aerolíneas no fue fácil, pero con esfuerzo lo logramos. Esta tarde salimos a caminar cerca del malecón de la playa lleno de palmeras y con mucha vida. Tiendas, vendedores ambulantes, niños corriendo, arena y mar. Pero de repente una visión casi me mata.
Uno de los artesanos que se sentaba ahí frente a la playa con su malla negra llena de aretes, anillos, collares y todo lo que suelen vender estas personas. Tenía una mirada y sonrisa que alguna vez había visto. Su piel estaba muy bronceada, su cabello era largo y tenía una barba desordenada de un par de semanas. No podía apartar la vista de sus ojos. Sabía que alguna vez lo había visto. Cuando pasamos a su lado lo miré y pensé en alguien pero no dije nada, no le hablé y seguimos caminando con mi mujer. Y no alcancé a dar tres pasos cuando escuché mi nombre. Me giré y ahí sí lo reconocí. Era mi amigo. Esa era su sonrisa. Nos abrazamos y no pude evitar preguntarle qué había pasado qué hacía en este lugar. Me dijo que era una larga historia y nos quedamos de juntar en un lugar a comer y tomar algo.
Acabo de volver de esa comida. Lo pasamos muy bien. Me contó que el día que viajaba a su luna de miel -doce años atrás, un día después de su boda- en pleno aeropuerto recibió un mensaje de texto. Era una chica que había conocido un par de meses antes de casarse y con la que entabló una pequeña amistad. El mensaje decía “¡Que te vaya bien! Mucha suerte. Me voy a la playa de la que hablamos. Me voy a cumplir mi sueño”. En ese momento el tipo lo dejó todo. Y hoy yo comprobé que sonreía“.