Por Ignacio Mardones
8 September, 2025

Algo que podría pasarle a cualquiera…

La vida de padres es difícil. Más aún si los niños son pequeños y requieren cuidados constantes. Hay muchas parejas que deciden contratar niñeras para cuando salen de noche, sin embargo no siempre esas personas son de confianza. La historia siguiente es sobre un padre, una madre y su hijo pequeño. Es bueno conocerla para tomar consciencia sobre la responsabilidad que conlleva cuidar a un niño:

El día más feliz de mi vida fue un 7 de septiembre. Ese día nació mi hijo Donnie. También fue el momento más importante en la vida de mi esposa Jessica. Lo sé porque me lo dijo en la sala de hospital mientras lo tenía en sus brazos. Ella me lo volvió a recordar con lágrimas en los ojos cuando nuestro pequeño cumplió un año, a los dos años y me lo hubiera recordado también para su tercera celebración. Lamentablemente no pudo ser así.

Me cuesta hablar sobre lo bello que fue ese inicio. No había nada que me pusiera infeliz, nada. Sólo pasar tiempo lejos de mi familia me generaba decepción. Por esos años yo trabajaba de vendedor viajero. Iba de una ciudad a otra vendiendo productos que pensaba que podrían tener éxito. Esos viajes me permitían conocer paisajes maravillosos, gente espectacular, pero me dolía saber que las semanas y meses pasaban y yo no estaba presente para ver cómo crecía mi primer hijo.

En cada pueblo y ciudad a la que iba le compraba regalos. Toneladas de juguetes que muchas veces tenía que mandar por correo porque no tenía espacio en el coche para transportarlos. Al principio Donnie ni siquiera podía jugar con ellos, era sólo un bebé y sus músculos no estaban desarrollados. Yo lo sabía, pero algo dentro de mí me hacía seguir comprándole cosas que en algún momento él podría disfrutar. Además, era una manera de sentirlo cerca cuando estábamos a kilómetros de distancia. Cada vez que anunciaba mi retorno, mi esposa me esperaba en los escalones de la entrada de la casa. En un brazo tenía a Donnie y el otro lo tenía ocupado sosteniendo el periódico del día, porque sabía que lo que más disfrutaba era leer los hechos noticiosos de los que me había perdido mientras mi pequeño gateaba en la alfombra o jugaba con los cordones de mis zapatos.

Así pasaron los años. Nuestra casa crecía, el negocio mejoraba, Donnie ya había aprendido a pararse sobre sus dos pies. Jessica había comenzado a acompañarme a algunos viajes. Su consejero pastoral se lo había recomendado y además le servía para distraerse de los deberes domésticos. Donnie iba con nosotros si el destino estaba a pocas horas de trayecto, pero pronto comprendimos que el coche le producía estrés y decidimos dejarlo a cargo de mi madre.

Eso no duró mucho. Mi querida madre tuvo que ser internada en un centro médico debido a problemas respiratorios y a Jessica no le quedó otra opción que quedarse en casa para ocuparse de nuestro hijo. Creo que fue en ese momento que nuestra relación comenzó a decaer. Ya no fue lo mismo. Sentía que ella me guardaba resentimiento por tener que quedarse sola, sin nada que hacer; envidiaba las experiencias que yo tenía y que luego le transmitía. Era cierto, yo podía ampliar mi mundo de esa forma. Ella no encontraba cómo hacerlo. Por eso decidí conseguir otro empleo.

Ya había ahorrado lo suficiente como para tener seguridad económica y pronto un vecino me ofreció el trabajo de administrar un pequeño restaurante. A veces tenía que quedarme hasta tarde, pero estaba bien. Tras finalizar la jornada, Jessica venía y nos sentábamos en una mesa, poníamos velas y cenábamos lo que había quedado preparado en la cocina. Ella había conseguido una niñera que se hacía cargo de Donnie. Se llamaba Pamela, cuando la contactamos nos dio seguridad, sus ojos brillaban, era risueña, vivía por el sector. No sé por qué confiamos ciegamente en ella.

La tragedia ocurrió un 25 de abril. Con Jessica habíamos acordado salir a cenar a un restaurante que era la competencia del que yo administraba. Así ella podría salir del menú que preparaba nuestro cocinero, y por mi lado conocería a quienes tendría que quitarle los clientes. Pasé a buscar a Jessica en coche porque era viernes y sabíamos que la noche podría extenderse. Vi a Donnie feliz esa tarde, jugaba en el jardín con una rama y una piedra, como intentando hacer fuego. No olvidaré jamás su última mirada, el último beso que le di. Pamela se despidió de nosotros con toda normalidad. Quizás sólo segundos después llegaron decenas de desconocidos a nuestra casa.

Volvimos a eso de medianoche. Lo habíamos pasado sensacional. Tras aparcar el coche algo llamó mi atención: todas las luces estaban apagadas menos la de un cuarto del segundo piso, donde acostumbraba a guardar todos los juguetes que le había comprado a Donnie en mis viajes. Entramos y sonaba música. Había comida en el suelo, botellas de alcohol y vasos quebrados. Jessica se cubrió la cara con las manos y comenzó a llorar. Creó que supo antes que yo que esto no tendría un buen final. Subí instintivamente al segundo piso. La luz de la habitación alcanzaba a iluminar los escalones.

Donnie yacía tendido sobre un cojín. Me acerqué a él, me arrodillé y me di cuenta de que no respiraba. Su pijama de colores estaba manchado con trozos de galletas húmedas y molidas. Se había asfixiado. Intenté reanimarlo, pero entendí que iba a ser imposible. Me destrozó verlo así, mi corazón se rompió en mil pedazos. Más aún cuando vi magulladuras en una de sus muñecas y un lienzo de género que estaba atado a una de las patas de un mueble. De pronto escuché un sollozo en otra habitación. Salí de inmediato, estaba en el pasillo, y de un segundo a otro vi a Pamela bajar corriendo las escaleras. No tuve fuerzas para perseguirla.

¿Qué piensas de esto? ¿Crees que pudiera haberse evitado esta tragedia?

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