Vivir solo no es lo que muchos creerían. No es solamente poner tus reglas y vivir el día a día sin que alguien te diga que no hagas ello o aquello.

Toda mi vida pensé que cuando viviera sola las cosas serían más fáciles. Y, en cierto modo, lo fueron. Nadie me decía qué hacer, qué comer ni a qué hora llegar a casa. Mi corta independencia parecía la mejor etapa de mi vida. No lo era. Llega un momento en el que extrañas ver a mamá y papá todos los días, comer comida de casa o el simple hecho de sentir calor familiar al final de un arduo día.

Vivir solo no es lo que muchos creerían. No es solamente poner tus reglas y vivir el día a día sin que alguien te diga que no hagas ello o aquello, también es aprender a ser responsable con tus actos (y con tu dinero). ¿Qué haces el día en que te quedan 10 dólares para toda una semana porque decidiste gastar más de lo debido en la última fiesta a la que fuiste? ¿A quién recurres? No hay mamá ni papá a quién pedirle prestado. Sólo estás tú, tu billetera casi vacía y tu soledad en un cuarto en el cual preferirías dormir 20 horas seguidas que salir y enfrentar la realidad. Pero cuando tus padres te llaman, contienes toda esa tristeza y ansiedad que sientes para contestar con un “Hola papi/mami, ¿cómo estás?” y disimular tu situación actual.

Vivir solo no es fácil. Nuestra desesperación por ser independientes nos hace creer que todo será color de rosa sin imaginar que es más difícil de lo que pensamos. Tenemos altas y bajas porque, seamos sinceros, ¡así es la vida!

Sólo nos queda una cosa por hacer: vivir al máximo los mejores momentos y, cuando lleguen los peores, ponernos las pilas y no dejarnos caer en un gran hoyo negro. Las cosas no son fáciles al vivir solos pero, ¿acaso algo en la vida lo es?, ¿acaso conseguir algo de lo que tenemos ha sido sencillo? Hasta el pequeño logro que tenemos es eso mismo: un logro del que tenemos que estar orgullosos porque la vida es una gran jungla en la cual cada uno busca cómo sobrevivir. Y bueno, como todos sabemos, quien no sufre no gana. Cuando más aprendemos es cuando salimos de nuestra zona de comodidad.