Colaboración por Zaira Rosas
Mexicana, Especialista en Comunicación e Imagen Pública, Ganadora del Premio Nacional de Periodismo en el 2016. www.zairarosas.com

Sin pensar que me van a violar con la mirada, sin pensar que haga lo que haga, me ponga lo que me ponga, me van a piropear o toquetear, como si eso me halagara.

Despierto en cuanto suena la alarma. Quisiera dormir más pero sé que si lo hago no tendré tiempo de arreglarme, estoy segura que no tuve una educación sexista, pero en el fondo a la mayoría de las mujeres nos enseñan a ser femeninas así que hay cosas que son inadmisibles para el trabajo.

Llego a la oficina y tengo un día tranquilo, disfruto sentirme útil, inteligente y capaz de lograr todo lo que me proponga. Uno de mis propósitos de hoy es ir al gimnasio, desearía ir por un postre, pero me repito constantemente que debo cuidar de mí, después de todo una tiene que verse bien ¿no?. 

Tomo el autobús va casi vacío pero conforme avanza comienza a llenarse y al momento de bajar mi humor empieza a cambiar, me molesta sentir como la mayoría de hombres que subió al final busca un pretexto para arrimarse contra mi cuerpo, es asqueroso, pero más común de lo que cualquiera pensaría. Cuando estoy cerca de la puerta un señor se hace a un lado para que pueda pasar sin problemas, me devuelve un poco la fe en que no todos son iguales y sonrío agradecida. 

Llega el momento de cruzar la calle, lo hago casi corriendo aún con el semáforo porque he visto cientos de veces a personas incivilizadas pasarse el alto, son tres tramos los que debo cruzar y en el último una chica me cede el paso. Quizás siendo solidaria con el género, sin embargo el conductor de junto no pensó igual y se arranca de inmediato por lo que retrocedo para evitar ser atropellada. Cuando al fin logro cruzar comienzo a recorrer la calle, está totalmente vacía, recordando la última mala experiencia de una de mis amigas tomo con fuerza mi bolso, veo dos hombres con mala facha caminar hacia mí, lo sé es sumamente despectivo decir eso, pero al final es por momentos así que hemos creado estereotipos, quiero cruzar a la otra acera pero no puedo, sigo caminando con la mayor seguridad posible, ¿pero a quién engaño? estoy llena de miedo, mi corazón se acelera mientras ellos se acercan, y ni siquiera disimulan sus miradas recorriéndome de arriba a abajo. En cuanto están casi frente a mi hacen un alto, para decirme “adiós mamasita”. Chiflan y pasan cada uno al lado mío.

Me siento muy mal, ¿qué me pasa? fue sólo un piropo, ellos seguro deben pensar que me sentí halagada, ¡pero no! ¡Ninguna mujer se siente bien con eso!. Me molesta, me incomoda y por un instante me siento frágil, vulnerada. Deseo con todas mis fuerzas regresarles el sentimiento, que al menos un instante sepan cómo me siento. Estoy cerca del gimnasio y me digo a mí misma que estoy a salvo, aunque no es así, pese a los estereotipos creados el acoso no es restrictivo de ciertas clases sociales, lo que yo he clasificado como mala facha no es más que una de las facetas en las que se presenta la violencia que las mujeres sentimos día a día.

Sé que mi padre y mi hermano nunca han actuado así, y desearía que todos los hombres tuvieran su educación, que fuesen conscientes de la molestia que pueden generar sus palabras, sin embargo mientras me estoy quejando me repito cuan afortunada soy. Hasta el momento sólo me han atacado así, ¿es realmente un ataque o estoy exagerando?, tengo la fortuna de estar tranquilamente en mi casa, ¿cuántas mujeres cuyo cuerpo han profanado no desearían algo así? Algunas ni siquiera vuelven, otras nunca aparecen y sin duda nunca fue su culpa, ellas no se lo buscaron, no fue su ropa ni su actitud, fue una persona carente de valores la que les hizo daño.

Escribo esto porque hoy como todos los días me callé. Después de un simple chiflido seguí caminando, aún sintiéndome humillada, con la cabeza baja como si yo hubiese hecho algo mal, quizás sí, ¿era mi ropa? no lo creo. Mi único delito hoy fue ser mujer.