No hay un ligero remordimiento en ti, mucho menos un te extraño.
Ante mis ojos teníamos una excelente relación: Reíamos por todo y nada, compartimos sueños, metas, ganas de conseguir algo grande. Éramos el mejor equipo. Sin embargo, se terminó. ¿Fueron las circunstancias? ¿La motivación? ¿Miedo a lo que estábamos por enfrentar? Casi un año después, honestamente aún no sé con exactitud lo que fue.
Casi un año que se fue como agua. Casi un año recordando las noches y días donde, sin importar la hora ni el lugar, las lágrimas recorrían mis mejillas en respuesta a la incertidumbre que me dejó tu partida. Casi un año preguntándome por qué si te entregué todo lo que estuvo a mi alcance, no fue suficiente para que fueras feliz. Y sobre todo, casi un año torturándome con la idea de que así de fácil encontraras a tu “pareja perfecta”, a quien le permitiste todo aquello que a mí me negaste. Y ahí estás… con tu cuento de hadas, presumiendo, dando a entender que ni yo, ni lo que me hiciste, ni lo que vivimos, es parte de tu presente. Que no hay un ligero remordimiento, mucho menos un te extraño.
Y todos opinan y dicen que tarde o temprano llegará alguien que si te valore, alguien que vea eso que él no vio, alguien que te haga entender por qué no funcionó con nadie más. Y quizás sea cierto, pero en estos momentos lo único que puedo pensar es que es injusto que yo, quien te entregó su corazón sin más, esté atravesando por este dolor; y tú, quien no tuvo reparo en destrozarlo, hayas superado y seguido con tu vida con tanta velocidad. ¿Por qué?