“Algo volvió a engancharse. Pensó que era otro pez , aunque no se sentía como uno…”.
Es increíble como la suerte de las personas puede cambiar en segundos. Este hombre sólo buscaba relajarse un poco después de su trabajo pero nunca se imaginó acabar de esta forma. Un día cualquiera, en el que parecía que todos estaba saliendo bien, se convirtió en una tragedia para todos.
Era una tarde de invierno como ninguna otra, el clima era perfecto y el cielo estaba completamente despejado. Carlos era un agricultor de Putumayo, Colombia, que ya había terminado su jornada y que buscaba relajarse, por lo que decidió realizar uno de sus pasatiempos favoritos: tomar su caña de pescar, su bote y pasar el resto del día la orilla del río.
Por lo regular cuando pescaba pasaba horas sin atrapar ningún pez y cuando lo lograba los dejaba en su bote y después se los llevaba a su familia. Pero ese día en especial, las aguas estaban muy calmadas y ya se hacía tarde, estaba a punto de regresar a su hogar.
De pronto algo picó la caña y Carlos de inmediato la sujetó para dar el tirón y atraparlo. Era un pequeño pez gris. El primero de la tarde, pero no el último. A partir de eso parecía que su suerte había cambiado. En un periodo una hora había conseguido 10 pescados. Un récord para él. Estaba muy emocionado por lo que decidió quedarse un poco más.
Seguía y seguía atrapando peces. Era una jornada increíble y decidió que ya era hora de partir. Pero como si estuviera dentro de un casino de juegos, decidió jugar por “última vez” y, como ocurre dentro de las salas de apuestas, esas dos palabras juntas resultan ser malévolas.
Algo volvió a engancharse. Pensó que era otro pez , aunque no se sentía como uno, pues no jaloneaba hacia abajo, más bien es como si la caña se hubiera atorado. Y así fue. Luego de jalar con fuerza, Carlos sacó algo extraño al fondo del río. Una bolsa de cuero llena de restos humanos, plumas y algunas telas que debieron servir de vestimenta. La tomó y decidió que era tiempo de regresar a casa y analizar mejor ese contenido. Pensó que podía tener entre sus manos una reliquia arqueológica.
Cuando ya llegaba a la orilla, dos personas con la cara pintada se subieron a su bote y lo amenazaron. Hablaban un lenguaje raro. Gesticulaban con las manos y le arrebataron la bolsa rápidamente. Uno de ellos tomó el mando de los remos y comenzaron a navegar río abajo. En ese momento, la historia se torna difusa. Se llena de mitos y especulaciones. Esto ocurrió en el año 1964 y, según cuentan los hijos de Carlos -que eran unos niños cuando todo ocurrió- la policía nunca pudo dar respuesta ante tan trágico hecho.
Esa lejana tarde, la esposa de Carlos fue hasta el río para ver si encontraba a su marido. Lo que vio, la dejó sin palabras y la marcó para toda la vida: el bote seguía el vaivén de la corriente apoyado contra un tronco que no lo dejaba seguir. Encima, una bolsa de cuero. Adentro de ella, un cuerpo cercenado…