Por Francisco Armanet
29 July, 2016

Humillación pública más que merecida.

Robar es fácil. Es un trabajo sucio, injusto y despreciable, pero por sobre todo, es fácil. Basta con intimidar o desviar la atención de la víctima para hacerlo y le pasa a todas las personas, a toda hora, y en todo lugar. Ahora bien, si a eso le sumas que el ladrón es hombre y la víctima mujer, entonces el delito puede efectuarse con mayor facilidad aún. Hay un asunto de diferencia física que muchos hombres aprovechan para llevar a cabo sus intenciones. Es aberrante, sin embargo, es real. De hecho, es tan real que pasa a diario. 

En una plaza de Estocolmo, Suecia, todas las personas disfrutaban tranquilamente un día por la tarde. Hacía calor e, incluso, había quienes tomaban sol en traje de baños. Todo parecía andar bien hasta que, de pronto, un aparente vendedor ambulante se acercó a dos mujeres para ofrecerles sus revistas. A simple vista, parecía sólo eso; un hombre vendiendo cosas en la plaza. Lo que no sabían las mujeres, sin embargo, era que el tipo escondía su verdadera intención; robarles. Y, por otro lado, el tipo no sabía la verdad de las mujeres; eran policías bien entrenadas. 

Mikaela Kellner
Mikaela Kellner

-Estoy vendiendo revistas. Es para ayudar a personas sin hogar -Dijo el tipo y las chicas lo miraron algo escépticas.

-No, muchas gracias. -Contestaron, esperando que el tipo se fuera para poder disfrutando del cálido día de verano. Sin embargo, eso no ocurrió.

El vendedor ambulante se quedó tal donde estaba y comenzó a insistirles.

-Compren mis revistas. -Dijo nuevamente, y la respuesta que obtuvo fue la misma.

Pasaron unos segundos, y una de las dos mujeres sospechó que algo andaba mal.

-Guarda tus cosas. -Le dijo a su amiga y, de pronto, vieron que el vendedor ambulante se había ido.

La situación pareció normalizarse, pero bastó con que una de las dos mujeres buscara su teléfono celular para que ambas se dieran cuenta que el tipo les había robado. En una maniobra entrenada, tapó sus manos con las revistas y tomó el celular para llevárselo tranquilamente. La mujer, entonces, supo que debía hacer algo al respecto.

Mikaela Kellner/Facebook
Mikaela Kellner/Facebook

Rápidamente se puso de pie, corrió algunos metros y, antes que el hombre pudiera si quiera advertirlo, le hizo una llave, lo redujo, y mantuvo quieto en el piso. Su amiga, también policía, tomó su celular de vuelta y llamó a otras amigas policías que se encontraban de turno. En menos de diez minutos, el ladrón estaba siendo detenido.

Claro, el tipo pensó que ellas eran un blanco fácil. Nunca imaginó que eran policías entrenadas en artes marciales y que, en cosa de segundos, le saldría el tiro por la culata.

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