“La niña repetía lo mismo una y otra vez. Mi novia se puso pálida y me miró con cara de preocupación”.
Una pareja estaba lista para irse de vacaciones. Habían abordado el avión y ahora sólo tenían que llegar a su destino para comenzar el relajo y la aventura de su viaje. Sin embargo antes de que su vuelo despegase una niña que estaba unos asientos más atrás comenzó a armar un escándalo. Le gritaba y chillaba a su mamá que si el avión despegaba se iba a caer. Las personas que estaban sentadas cerca -incluída la pareja- comenzaron a ponerse nerviosas. Hasta que algo increíble sucedió:
Después de dos años por fin me iba a tomar unas buenas vacaciones. Mi novia y yo habíamos juntado bastante dinero para viajar a San Francisco, California y estábamos muy emocionados. Teníamos dos semanas para disfrutar de esa gran ciudad y yo por fin podía dejar a un lado las finanzas corporativas -que me estaban volviendo loco- un rato.
Compramos dos pasajes en la clase económica. El vuelo venía repleto de gente y me pareció que iríamos bien apretados en aquel inmenso avión. No soy un fan de volar la verdad. Mi novia menos. La ultima vez que volamos nos tocó un poco de turbulencia. Ella casi me estrujó la mano de lo fuerte que me la agarró y casi se desmaya. Al final no pasó nada grave, por suerte.
Este vuelo en particular parecía comenzar de maravilla. La azafata nos preguntó si queríamos sentarnos en la Salida de Emergencia. Claramente aceptamos, pues en este lugar había más espacio y podíamos estirar un poco más las piernas. Era un largo vuelo y esto parecía indicar que todo andaría de maravilla. No fue así.
Después de una larga espera todas las personas se pusieron en sus lugares. Todos con los cinturones de seguridad ajustados, el asiento recto y la mesa reclinable cerrada. Nos preparábamos para el despegue, anunció el piloto. Pero el avión no se movía. Y luego vino lo peor.
Una niña de unos 5 o 6 años comenzó a decirle a su mamá que se quería bajar. Estaba unos dos asientos detrás nuestro. Después dijo algo que me dejó la piel de gallina: “Mamá si no nos bajamos nos vamos a morir. Si este avión despega, se va a caer”. La madre le decía que no dijera tonteras, que se callara, pero la niña repetía lo mismo una y otra vez. Mi novia se puso pálida y me miró con cara de preocupación.
“Calla a esa niña por favor o me va a dar un ataque de pánico” me dijo al oído. Yo no podía hacer nada. No me atrevía a retar a una niña frente a sus padres. Me parecía una falta de respeto… aunque feliz hubiera amordazado a esa pequeña antes de que nos matara de un susto.
Pasaron 10, 15 y 30 minutos y el avión no despegaba. La niña seguía repitiendo lo mismo ahora con mayor desesperación. Comenzó a llorar. “Si el avión despega se va a caer”, gimoteaba.
Mi novia estaba al borde de colapso. Comenzó a abanicarse con el catálogo del avión y estaba a punto de llorar. Yo estaba sudando helado pero me mostraba fuerte y seguro para calmarla. No sabía cuanto más iba a durar esa tortura. El avión no despegaba y la niña seguía con su terrible vaticinio. La mamá le tapaba la boca, la calmaba pero ella seguía. El tipo que estaba en la otra fila me miró también muy preocupado. Quería ponerme de pie y ver quién era esta niña que nos torturaba pero algo me frenaba.
Pasaron unos veinte minutos. El ambiente estaba muy tenso y mi novia rogaba que nos bajáramos. Iba a explotar. Estaba a punto de perder parte de mis vacaciones por culpa de los berrinches de una niña. Pero de pronto el piloto hizo un anuncio en el altavoz. Decía en inglés que por un problema grave en una de las turbinas todo el mundo debía bajar ya que el vuelo se suspendía. Luego lo repitió en español. Había que abordar el siguiente avión.
La niña tenía razón. Siempre tuvo la razón.