Por Lucas Rodríguez
26 July, 2019

Lo peor que podemos hacer, es olvidar que todos son personas interesantes y amables. Basta solo con atreverse a conocerlos.

Nadie puede negar que la tecnología nos ha llevado a lugares a los que nunca pensamos que llegaríamos. Podemos ponernos en contacto con alguien al otro lado del mundo en cosa de segundos, luego comprar un pasaje y volar en hacia dirección, logrando tomar desayuno con ese amigo lejano en solo un par de horas. También hemos logrado crear una red inmensa de contenido e información, que siempre estará disponible para que aprendamos y consigamos nueva información. 

Pero como todas las novedades, también tiene sus lados malos. La aparición de los smartphone, innegablemente una tremenda herramienta de trabajo, también ha significado que todos tenemos una manera de evadirnos de la realidad. La capacidad para comunicarnos y formar relaciones es lo que nos sacó de las cuevas en un primer lugar, así que no hay nada más dañino para nuestra especie que notar que nos estamos alejando.

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No es que sea demasiado difícil notar esto, pero es bueno tener un respaldo autorizado. Un estudio publicado en el Science Direct Journal reveló que la tenencia de smartphones reduce no solo las relaciones entre las personas, sino que iba incluso más profundo. Los teléfonos inteligentes estarían haciendo que las personas se sonrían menos unas a otras, lo que tendría consecuencias a largo plazo catastróficas. 

El mismo estudio también señaló que relacionarnos de una manera más activa con los desconocidos, incluso si esto se traduce en una conversación ‘vacía’ o ‘de pasillo’, como hemos llegado a categorizar a estos intercambios entre desconocidos donde ninguno sabe muy bien qué decir, tendría enormes beneficios para la salud.

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Para apoyar su tesis, los investigadores realizaron un experimento: llevaron a un grupo de personas al Starbucks. En la entrada, le pedían a un grupo que hablara con el barista, mientras que el otro podía simplemente ordenar su café. A la salida, entrevistaron a ambos. Rápidamente notaron una diferencia muy clara: los que habían interactuado con el encargado se sentían mucho más felices que los que simplemente habían guardado silencio o mirado su teléfono.

La relación estaba clara: tener una interacción con un desconocido, incluso si era algo banal y algo incómodo, le reportaba mucha felicidad a las personas. En cambio, sumirse en el teléfono, declarando directamente que no nos interesa lo que ocurre a nuestro alrededor, solo nos causaba malas sensaciones.

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La lección que podemos extraer de esto es solo una: mientras más hablemos con las personas, y mientras más personas sean nuestros interlocutores, más felicidad sentiremos. Es lógico: conocer personas distintas nos ayuda a vencer prejuicios, aprender cosas e incluso, a veces vencer miedos que tenemos sobre nosotros mismos. Hablar con gente que haya pasado por situaciones similares a las nuestras, o que comparta ciertos gustos, nos puede hacer crecer como personas. 

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Quizás la próxima vez que sentimos la necesidad de mirar el teléfono en público, mejor lo ignoramos. Puede que haya una persona interesante a tu lado.

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