Por Ignacio Mardones
8 September, 2025

“En eso, recibo un mensaje de mi hermano, dice: ‘Me entristece y avergüenza decirte esto: Rita ha escapado. La buscaré hasta encontrarla. perdóname'”.

Los perros son unos compañeros fieles, amistosos y protectores. Una vez que se tiene uno de mascota es casi imposible olvidar la experiencia. Hay cientos de testimonios que dan cuenta de eso y cada día se suman más. Esta vez presentaremos uno de un hombre que vivió algo muy especial con su mascota. Él tuvo que separarse de ella por motivos laborales, pero algo casi fantástico ocurrió después:

A Rita la encontré en la calle. Estaba en los huesos, sangrando, deshidratada. Sus mandíbulas no tenían fuerzas para morderme cuando la cargué para ayudarla. Seguramente pensó que iba a llevarla a un basurero, donde la molería a palos y luego la abandonaría. Quizás otros ya habían hecho eso con ella. En cambio la llevé donde mi amigo Jorge. Él era enfermero y podía curarla, darle remedios, aconsejarme cuál era la mejor forma de proceder. Tuve miedo cuando pensé que podría decirme que había que sacrificarla. Por suerte no fue así. No sé si hubiera sido capaz.

Su recuperación fue lenta, pero también fue una de las etapas más bonitas que viví con ella. En sus ojos de perro podía ver la gratitud que sentía por mí. Ya no intentaba morderme o alejarse cuando acercaba la mano, sino que recibía mi cariño con gusto. La alimentaba con lo que Jorge me había dicho. Compré varias bolsas de aquello y los nutrientes parecían estar sanándola. La vida en la calle le había hecho muy mal. La basura, el frío, las golpizas… Pronto volvió a crecerle el pelaje que mi amigo había tenido que cortar para hacerle curaciones. Se veía hermosa. Brillaba en todo momento. Y cuando dio su primera corrida alrededor de la casa, sentí que mi corazón no daba más de alegría.

En un evento familiar, mi hermano me dijo que le encantaba mi perra y que, ahora que estaba curada, él podría recibirla en su hogar para que jugara con sus niños. Yo me quedé callado. No había pensado en desprenderme de Rita. La quería, le había puesto un nombre, pero también sabía que con los niños ella estaría mucho más feliz. Una vez que se acabó la fiesta, mi hermano me llevó a casa en su coche. Le abrí la puerta para que entrara. Rita se acercó moviendo a la cola y él la acarició. Se quedaron juntos y yo fui a buscar la correa para que se la llevara. Sin embargo cuando se la extendí y la cogió, no pude aflojar mis dedos. “No te la puedo regalar”, le dije.

Rita creció, se hizo fuerte, nos volvimos inseparables. Me acompañaba a todos lados. Nos entendíamos perfectamente y juntos lo pasábamos increíble los fines de semana en el parque. Sin haberle enseñado ningún truco, ella sabía lo que tenía que hacer. Yo le hablaba como a un humano. Incluso recuerdo una vez que estábamos cruzando una calle y le dije en voz alta: “Rita, estoy perdido, ¿este es el camino más corto para llegar a la fuente de la plaza?”. Ella se detuvo en seco, retrocedió camino y yo sólo atiné a seguirla. Trotaba más rápido que yo, así que tuve que ponerme a correr entre la multitud con la correa. Luego de doblar en dos esquinas pensé que estaba asustada y sólo quería volver a casa. Pero tras doblar una tercera vez, pude ver la fuente ante mis ojos. Solté la correa, Rita fue directo, subió las patas y comenzó a beber del agua.

Hoy, al igual que ese día, estoy perdido. Sin embargo, es peor la tristeza que el haberme extraviado de la ruta. Me cambio de ciudad y tuve que entregar a Rita a la familia de mi hermano. Voy en el coche, los puentes y los ríos van quedando atrás. No puedo pensar en todos los kilómetros que nos separan ahora. Estoy en la que será mi ciudad por los próximo 7 años. El trabajo me exigió estar cerca de la fábrica y tuve que acceder. Hojeo los mapas para ver qué camino seguir. No entiendo nada, doy vueltas en círculos. De pronto veo a un perro, se parece a Rita cuando era pequeña; del tiempo cuando sus heridas estaban sanando. Doblo y tomo su misma dirección, pero una curva me hace perderla. En eso, recibo un mensaje de mi hermano, dice: “Me entristece y avergüenza decirte esto: Rita ha escapado. La buscaré hasta encontrarla. perdóname”.

Me he puesto a dar vueltas por la ciudad. Ya no porque estoy perdido, sino porque tengo la idea metida de que quizás pueda encontrarla. Le pregunto a la gente, muestro las fotos de mi billetera. Nadie la ha visto. Es absurdo, lo sé, y mañana mismo volveré a la ciudad para buscarla en los lugares a los que solíamos ir.

Ya estoy en mi nuevo hogar. Ni siquiera bajaré las cosas del coche, mañana partiré y quizás deba pasar algunas semanas fuera. Sí, hasta encontrarla, juro que no me rendiré hasta tenerla de nuevo conmigo. Me echo sobre la cama y mis ojos se cierran a los pocos segundos. Lloro antes de dormirme, y mi cuerpo creo que sigue haciéndolo incluso estando en el sueño. Esto es terrible. No sé por qué me separé de ella. Nunca debería haberlo hecho.

La luz de la mañana me hace abrir los ojos. Eso y unos golpes de la puerta que deben ser de un vecino ansioso por recibirme, el cartero o un policía que viene advertirme que mi coche está mal estacionado. Lo dejo pasar, sólo quiero un café y partir de nuevo el viaje de regreso. Bajo a la cocina. El sonido persiste y me hace doler la cabeza. Ahí me hago un café, al menos había eso. No tengo azúcar, así que me lo tomo amargo. Miro por la ventana, me cuesta tragar. Descubro que los vecinos también están asomados por la ventana y me miran. Cierro la persiana y dejo mi café en la mesa. El sonido ha cesado, por lo que voy a ver quién era el que tocaba.

Abro la puerta y hay un hombre de barba. Me entrega un fajo de revistas, cartas y otros documentos. Además me da la bienvenida al barrio. Yo le digo que no estoy bien, que quizás no esté mucho tiempo por acá. Él se despide con un gesto de la gorra y se da vuelta. Entonces veo a Rita al lado de mi coche. Duerme en la sombra que éste proyecta, pero ahora está despertando porque la veo subir la cabeza y mirarme. Camino hacia ella bajando los escalones. Rita se queda en el suelo moviendo la cola. Cuando digo su nombre se pone de pie y corre a mi encuentro.

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