Por Diego Aspillaga
28 October, 2019

Emiliano Bisson recorría el mundo cuando la vida lo llevó a trabajar como cuidador de Philip, un hombre paralizado que tenía un sueño imposible: Alcanzar la cima de Machu Picchu.

Emiliano “choco” Bisson, de 29 años, necesitaba una aventura. Tras abandonar distintas carreras universitarias y tener varios desaires laborales, hace 7 años decidió dejar su natal Argentina y, con 200 dólares en su bolsillo, recorrer América y el mundo.

@chocobisson

Su primer destino fue la Riviera Maya, México, donde su dinero se acabó en 20 días, por lo que tuvo que tuvo que buscar trabajo para seguir viajando. Fue ahí donde consiguió un empleo como trapecista en un hotel 5 estrellas, trabajo que le permitió comprar una motocicleta y acumular más de 65.000 kilómetros recorridos en 22 países. Pero fue cuando llegó a las paradisíacas costas de Australia cuando su aventura tomaría un giro inesperado muy similar a la recordada película francesa “Intocables”.

“Llegué a fines de 2014. Hice de todo para poder vivir, trabajé como leñador, cocinero, empleado de una mudadora. A diferencia de otros países, en Australia uno puede trabajar de lo que sea y aún así ahorrar y tener una tremenda calidad de vida. Ahí estaba Marcos Peluffo, él se encargaba de cuidar a un hombre australiano llamado Philip Stephens y me dijo que en breve iban a necesitar a otro cuidador más. “¿Te interesa conocerlo?”, me preguntó. Y con esa pregunta se abrió una nueva aventura. En poco tiempo creamos un vínculo increíble. Hoy soy su cuidador nocturno y casero”, cuenta el “choco” a Infobae.

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Así, desde el primer minuto, Phillip y Emiliano forjaron una amistad en base de su pasión compartida por el viaje y la aventura a pesar de la condición de Phillip, quien está paralizado desde el cuello para abajo debido a un accidente en una sesión de buceo. Pero esto nunca lo detuvo. Junto a sus cuidadores pudo continuar sus viajes y seguir disfrutando de su pasión. Si bien la parálisis de Philip no era un impedimento para conocer nuevos lugares, esta sí le impedía llegar a uno de sus destinos soñados debido a su difícil ruta y pocas zonas de acceso para un discapacitado: Machu Picchu. Esto, hasta que llegó Emiliano.

“Un día le pregunté a Phil, cuál es era su sueño. Suelo hacerlo mucho con la gente. Y me contó que su cuidador, Will, le había dicho que tenía que subir el Machu Picchu, en Perú. No pude evitar mostrar mi sonrisa, dado que sabía muy bien de qué lugar hablaba. Entonces, le dije: “¿Y por qué nunca fuiste?”. Me respondió que era lejos, y no sabría cómo hacer el recorrido. “Yo te llevo”, le propuse sin pensarlo.

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“Diseñamos todo. Fueron siete semanas de viaje en total. Siete países por delante, Argentina, Perú, Costa Rica, Panamá, Cuba, México y Estados Unidos, pasando por Hawái, doce vuelos, y el desafío final de subirlo a Machu Picchu en el medio, y devolverlo sano y salvo a casa. Una vez organizado el viaje, yo me ocupé de todo lo que respecta a su salud, los remedios, cuidados. Lo que hace que la rutina diaria sea muy cansadora. Por ejemplo: para estar cambiado y listo para ir a desayunar tarda aproximadamente tres horas. Para ayudarlo a entrar y salir de un avión o un auto hay que cargarlo en brazos”, afirma el “choco”.

Si bien en Machu Picchu existen lugares con pasarelas para discapacitados, para alcanzarlos hay que caminar, por lo que una vez en los pies de la montaña que alberga las famosas ruinas, Emiliano subió a Philip a su espalda y comenzó a subir.

“Fue emocionante. Contamos con la ayuda del guía, Victor. En la entrada a Machu Picchu, nos explicó que el recorrido que tenía preparado para nosotros era alrededor de las ruinas, sobre una pasarela especialmente construida para la gente que está en silla de ruedas. Nuestra idea para cargarlo era trabajar en equipo y coordinar cada paso. Ascendimos durante dos horas y media, hasta que pudimos divisar la primera sección plana desde la cual se puede admirar las ruinas“, recuerda Emiliano.

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“Subimos a Phil de espaldas hacia las ruinas, para poder sorprenderlo a último minuto. La expresión en su cara cuando lo sentamos en la silla y lo dimos vuelta, valió todo el esfuerzo. Se le iluminó la mirada. ‘¡Wow, ¿realmente estamos acá?’, nos dijo sonriendo”.

Pero faltaba el trayecto más duro y empinado

“Ahí se sumaron dos chicos italianos para ayudarnos con las cámaras y la silla, porque era complejo. Nosotros nos decíamos: “Dale, dale, vamos, vamos”. Y la gente lo repetía. Estábamos tan extasiados ante el final de la subida que llegamos con energía para sentar a Phil y gritar de emoción”, agrega.

“Fueron seis horas y media de cargar a Phil, cientos de escalones, arengas, tropezones y raspaduras, pero se logró”, recuerda emocionado.

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