Primero de todo, tranquilo. El momento en el que estás es bueno. Créeme. ¿Por qué? Porque te has dado cuenta de que estás perdido, y hay gente que tarda años en asumir eso. Incluso hay gente que nunca lo acepta. Y si no te pierdes, no te encuentras.
Tenemos 23 años. Somos los que se retuercen en sus sillas en la oficina, porque todavía nos sentimos incómodos en nuestra ropa de adultos. Caminamos a través de la ciudad con los ojos pegados en nuestras pantallas, buscando desesperadamente cualquier fuente que nos diga que las decisiones que hemos tomado son válidas. Trabajamos mucho en empleos que no estamos seguros que queremos, sólo para que nuestros diplomas valgan la pena, y salimos con personas que no estamos seguros que nos gustan, sólo para sentirnos menos solos.
Pasamos horas bebiendo vino en las casas de nuestros amigos, prometiéndonos que aquellos que nos rompieron el corazón no nos harán sufrir para siempre. Nos distraemos en clase, o mandamos currículums sin parar en oficinas, o hacemos voluntariados en otros países, siempre preguntándonos si deberíamos estar en otro lugar.
Tenemos 23, y las resacas ahora duelen. La mayor parte de nuestras conversaciones estos días se centran en asegurarnos que vamos a estar bien. Estamos orgullosos de los demás, pero somos muy duros con nosotros mismos. Cuando un amigo hace algo tan simple como cocinar una comida más compleja que pasta, lo aplaudimos. Sin embargo, nos regañamos por no tener todavía una buena oficina, o un libro de memorias con superventas, o un próspero comienzo laboral. Tenemos pocas obligaciones, pero siempre estamos estresados preguntándonos si alguna vez la vida dejará de ser tan incierta.
Tenemos 23, y constantemente tratamos de decirnos a nosotros mismos que debemos dejar de quejarnos y disfrutar nuestra juventud. La vida no es tan mala. Tenemos a nuestras familias, a nuestros amigos y nuestra salud. Somos jóvenes y vibrantes. El mundo es nuestro.
Tratamos de no castigarnos por no ser los próximos Mark Zuckerberg, pero pasamos por alto el hecho de que ellos son la excepción a la regla de los 23. Porque para la mayoría de nosotros, a los 23 la vida explota y de repente nos olvidamos de por qué elegimos esa especialidad o por qué nos trasladamos a esta ciudad o por qué amamos a esa persona. Todo lo que queremos es entender lo que somos, y no podemos.
Sólo el tiempo nos lo dirá. Si nunca estuvieses perdido, nunca te encontrarías.
Haz que merezca la pena encontrarte.