Los que buscaban su ayuda eran veteranos de la Primera Guerra Mundial, quienes eran vistos como fenómenos por la sociedad.
La Primera Guerra Mundial fue una época donde miles de militares y civiles perdieron la vida y junto con ellos, millones de familias quedaron devastadas con la pérdidas de sus seres queridos, en la mayoría de los casos hombres padres de familia. Aquellos soldados que pudieron regresar a sus hogares, lo hacían con marcas de guerra.
La guerra fue una etapa oscura en la historia mundial, muchos seres humanos perdieron la vida luchando, pero los que sobrevivieron en el campo de batalla, por lo general, volvieron a casa con terribles deformaciones y amputaciones.
Para esos hombres retomar su vida normal era todo un desafío, porque la gente los miraba raro, con temor y asco. Fue así como los cirujanos de la época comenzaron a mostrar sus habilidades en una incipiente industria de la cirugía estética.
Sin embargo, una mujer llamada Anna Coleman Ladd ganó fama gracias a su increíble habilidad para ayudar a aquellos que quedaron con lesiones faciales imborrables.
La mujer era escultora y comenzó a desarrollar prótesis que prometían mejorar la calidad de vida de estas personas, para ello tomaba moldes de yeso de cada paciente y manualmente creaba una prótesis personalizada para cada necesidad.
A fines de 1917 fundó un estudio en la Cruz Roja Americana y comenzó a trabajar con veteranos de guerra, dedicaba mucho tiempo en cada cliente para lograr un efecto lo más real posible.