Él cuenta la realidad de haber vivido como niño en uno de las países más herméticos y crueles del mundo.
Sungju Lee nació con una extraña fortuna. Vio por primera vez la luz en Pyongyang, la capital de Corea del Norte, uno de los países más herméticos del mundo y, si los testimonios son ciertos, también uno de los más crueles. Sin embargo, la infancia de Lee fue idílica, pues pertenecía a una de las familias más poderosas dentro del régimen.
Sus padres eran amigos personales de Kim Jon-il, ya que su padre era uno de los guardias personales del “Querido Líder”.
Sin embargo, como muchos refugiados han atestiguado antes, la elite de Corea del Norte se renueva al gusto de sus líderes y el padre de Lee cometió lo que sólo conoce como un “error político”. Sus padres nunca le explicaron que ocurría. De hecho, cuando dejaron Pyongyang le dijeron que se iban de vacaciones.
Sólo tenía 11 años.
“Allí donde llegamos vi a niños de mi edad mendigando, cosa que nunca había visto antes. Les pregunté ‘¿estamos en Corea del Norte?’ Porque a mí me habían dicho que Corea del Norte era el mejor país del mundo”.
-Sungju Lee a la BBC–
Y aún le faltaban desengaños. Su nueva casa estaba en ruinas y pronto descubrió a su madre llorando desesperadamente noche tras noche: No había comida. Sólo recibía el pobre almuerzo que ofrecían en su nueva escuela y allí presenció lo que acabaría por cambiar la dirección de su vida.
“El director anunció que íbamos a visitar un lugar de ejecuciones públicas. Le pregunté a uno de mis compañeros si era verdad y me dijo que sí. Nadie mostraba ninguna emoción, nada de nada”.
Las víctimas fueron un hombre que había robado cobre de una fábrica y una mujer que habían capturado tratado de escapar a China. Ambos fueron fusilados frente a una multitud que incluía a niños menores que él.
Después de eso, Sungju Lee comprendió que esta era su vida ahora.
Sólo un año después, su padre dejó la casa supuestamente para ir a China en busca de comida, pero nunca regresó. Una semana más tarde su madre desapareció durante la noche.
“Son tan irresponsables, pensaba. Simplemente se fueron y me dejaron. Lo había perdido todo. No tenía qué comer, sólo agua y puñados de sal durante cuatro días.”
Hubiese muerto, de no ser porque se había hecho un amigo mientras jugaba en las calles cuando aún tenía inocencia. El niño no le dio comida, pero decidió ayudarlo de una manera más importante:
Le enseñó a robar.
Lo llevó a los mercados clandestinos y le apuntó las casas de las personas con conexiones al gobierno. Pero fue Sungju Lee quien decidió que era mejor trabajar en grupo y su duo pronto se volvió un trío, del trío pasó al grupo y de pronto eran una pandilla de siete niños alrededor de los 13 años que dormían acurrucados para sobrevivir el invierno y debían moverse constantemente para que no los mataran.
Perdió a muchos de sus amigos en el camino, a manos de militares, civiles e incluso otros niños que vivían como ellos.
A los 16 años, decidió volver a casa. El camino no fue fácil, pero necesitaba encontrar un lugar para detenerse a descansar, un lugar que conociera. Su abuelo aún vivía en el pueblo y decidió mudarse con él, pero otra trágica sorpresa lo esperaba: Una carta de su padre.
“De inmediato pensé que mi padre había muerto, porque si no para qué iba a enviar a un mensajero en lugar de venir él mismo. Pero en la carta me decía que vivía en China, que estaba muy bien y que fuera a verlo con mi madre.”
Su reacción adolescente y desesperada fue que realmente quería tenerlo en frente… para darle un puñetazo. Su rabia tomó la decisión por él. Le dijo a su abuelo que iría a China a pegarle a su padre y volvería.
El viejo le dio un abrazo y lo dejó ir.
Llegar a China era un plan terriblemente arriesgado, pero en las calles había sufrido tanto que ya no temía que lo mataran.
Había dejado atrás a su hogar y a su familia, su pandilla de amigos. ¿Qué estarían haciendo mientras él atravesaba ríos con el agua hasta el cuello y cruzaba las montañas? Pero sabía que la realidad era que probablemente ya estuviesen muertos.
Ya casi no pensaba en su padre. Sólo quería llegar a China.
Había conseguido a un hombre que le daría documentos falsos y entre recibirlos y entrar al avión todo pasó muy rápido. Su confusión aumentó al llegar al aeropuerto, donde inmediatamente lo detuvieron. Ya va, pensó. Soy hombre muerto. China regresa a los ilegales de Corea del Norte y allí los ejecutan. Lo había visto un montón de veces.
Sin embargo, cuando lo interrogaron y respondió que era norcoreano la gente se volvió amable.
“Me preguntaron si sabía dónde estaba y les dije que sí, que en China. ‘Esto es Corea del Sur’, me respondieron”.
En Corea del Norte les habían advertido que los surcoreanos comenzaban siendo amables. Luego te torturaban y finalmente, cuando ya no podías más, te dejaban morir. Sungju Lee estaba aterrado. Se puso de rodillas y rogó por su vida, rogó que lo mandaran de vuelta, donde al menos moriría rápido.
Los agentes le preguntaron por su familia y tras varios días esperando que la “amabilidad” diera paso a la brutalidad, reveló el nombre de su padre. Le quería pegar, ¿no? Que los surcoreanos lo hicieran por él.
Sin embargo, al día siguiente, cuando su padre cruzó el umbral de la habitación donde se quedaba, la violencia fue lo último en su mente— quizá por primera vez en años.
“No podía moverme. Sentí una energía increíble. Mi padre se dio vuelta, me vio y me abrazó y lloramos juntos. Yo creía que iba a querer pegarle”.
Por supuesto que lo perdonó. “Es mi padre”, fue su explicación.
Vivieron juntos en Corea del Sur hasta que Sungju Lee recibió una beca para estudiar en Londres, además de un trabajo en una organización que ayuda a los desertores norcoreanos que llegan a China para no ser deportados de regreso.
Actualmente tiene 28 años y ha publicado todo este proceso, junto a un gran número de crudos detalles en una memoria titulada Every Falling Star (“Cada estrella fugaz”).
“Al principio no quería compartir mi historia con la gente. Me mentía a mí mismo porque estaba escondiendo quién era. Cuando empecé a compartirla, entendí que era una manera de sanar”.
Nunca pudo encontrar a su madre, aunque él y su padre no pierden la esperanza.